NOTIZIE PRINCIPALI
El álbum del cuarteto de San Julián agarra de la solapa al oyente con la primera nota y lo arrastra, lo acaricia y lo sacude hasta que no termina el último de los cuarenta minutos de su incendiario debut. El Imperio del Perro comienza con la declaración de intenciones que es “No me jodas”, fuerza, actitud y hasta cierta agresividad “Yo soy un perro, tú eres un cerdo. ¡No me jodas!”. Después llega “Buitres” uno de los hits del disco, otro golpe en la mandíbula, grito de socorro ante la inevitable pérdida de la inocencia, a medio camino entre la desesperanza de la muerte y el anhelo de la salvación “yo soy tu camino a la libertad, yo soy quien te atrapa en su ojo de cristal”. De ahí al toque soul de “Circo”, un desfile de personajes que protagoniza ese mono que siempre quiso ser humano. Una pequeño descanso antes de la bofetada que es “Blanco Roto” y ese “na na na …” que engancha desde el primer segundo, gamberro, con cierta chulería, influido por el revival del pospunk, exaltado, vehemente, un tren a toda máquina, un grito al desamor, la frustración y la falta de expectativas “¿a dónde va esa luz que se quiere apagar?”. Pero también saben apaciguar el tempo, como en “La gran huida” (homenaje en el título a The Great Scape de Blur), que por melodías puede remitir a los primeros Strokes o Kasabian, y en la que los coros y las guitarras vuelven a ser protagonistas. Y entonces llega “Os odio a todos (humano)”, la canción destinada a convertirse en himno generacional de este disco, un monumento a la melodía, con letras crudas, alegre, con todo lo mejor de la frescura del britpop, un canto de rebeldía post-adolescente destinado a perdurar y corearse en festivales. Este sería el final de la cara A de un disco que todavía está repleto de gemas en su cara B. “24” y su toque de psicodelia doo wop, el latigazo de energía que es “Ácido, polvos o cristal”, ese “Interludio” en clave acústica, lo-fi, casi de canción de cuna y ya la triada de “La fiebre de las cabañas”, con un toque Interpol, “San Julián”, que sube la intensidad otra vez, quizás uno de los momentos más agresivos del disco, una descarga de adrenalina que deja el terreno expedito para rematar el disco con “Sal de aquí”, una despedida mayúscula para un álbum sublime.
